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domingo, 11 de octubre de 2015

Nox Arcana. Sintámonos siniestros.


Hoy siento el siniestrismo correrme por las venas XDD
         Y, como no podía ser de otra manera, he estado recordando al grupo (para mí) siniestro por antonomasia, escuchando sus lóbregos ecos de ultratumba, y viendo las espantosas creaciones que sus mentes oscuras han sido capaces de crear...


NOX ARCANA
Night of the wolf

¿Y todo esto por qué? Bueno, pues porque estoy dándole vueltas a una idea que me ha surgido a partir de una especie de "encargo".
         Tengo previsto participar en una de las mesas redondas de Penumbra, el primer Cónclave de Terror de Zaragoza, que se celebrará a finales de octubre en la capital aragonesa.

(Aquí tenéis más información: PENUMBRA .
         Por cierto, todos los amantes del terror, la fantasía oscura y lo siniestro en general quedáis invitados a asistir. Si es disfrazados, mejor que mejor).

A raíz de esa intervención he estado reflexionando sobre la misma naturaleza del terror y, lo que es aún más interesante para mí, los motivos por los que determinados tópicos o aspectos repetidos en el género son capaces de atraernos de la manera en que lo hacen.
         Pensando que pensarás, he caído en la cuenta de que hay un tipo específico de horror cuya naturaleza intrínseca no es precisamente horrorizar, sino fascinar, seducir.
         Un horror que conecta con una parte inherente a los seres humanos, aunque algunos pretendan desoírla. Esos rincones secretos y siempre en la sombra, que configuran nuestras almas como el reverso indispensable de las zonas luminosas. No necesariamente perversos, solo ocultos y extraños, difíciles de admitir.

Estoy hablando de Ángela Carter y sus ambientes suntuosos y opresivos. De su prosa intrincada y fantástica. Del Romanticismo y sus elementos característicos: la noche, los cementerios, los lugares despoblados, las tormentas y los páramos batidos por la luna. Hablo del amor y la muerte como entidades unidas, como gemelos perversos, como cara y cruz de una moneda. De las trágicas amadas de Poe, de la Belleza de lo siniestro y la atracción de lo lóbrego.
         Pero también del mismo fenómeno observado en distintas manifestaciones artísticas, corrientes musicales y expresiones plásticas.
         Del rock gótico de bandas como Bauhaus, Siouxie and the Banshees, The Cure o Fields of the Nephilim. Del dark ambient de Arcana, Neurosis o Dargaard. Y el inquietante Sopor Aeternus. De artistas como Victoria Francés, Luis Royo, Natalie Shau o Rocío Santos. Del surrealismo, en cualquiera de sus manifestaciones.
         Hablo, en suma, de algo que podría resumirse como la atracción por la oscuridad. O la seducción del más allá. Esa llamada que todos sentimos dentro, con mayor o menor intensidad. Que nos hace buscar algo, y conectar con ello, sin saber por qué.

Me doy cuenta de que, desde este punto de vista, resulta inexcusable la presencia de una cierta dosis estética en cualquier obra de que se trate. Al menos en mi caso. Para disfrutar de una historia esta tiene que tener algún tipo de belleza, aunque sea una de esas extrañas y poco habituales. En esa línea, cuanto más cerca del asco esté un texto, más alejado estará de mis preferencias. Cuanto más simplista, menos interesante para mí. Quizá es que no puedo renunciar a que haya una cierta sofisticación, un algo de complejidad que me invite a darle vueltas a lo leído hasta hacerlo mío.
         Así, los zombis por ejemplo no suelen atraerme. Excesivamente faltos de glamour (y de ingenio). Los serial killers tienen que tener algo de fondo psicológico para que me entretengan siquiera. Y la literatura y el cine gore, si no aporta algo más que las vísceras y la sangre, se quedan en la cola de mis aficiones.
         Quizá pueda pensarse que, entonces, todo es un poco "postureo", artificios poco conectados con la realidad. Pero no es así. El que un escrito, una canción o una película tengan una faceta estética y fantástica no quiere decir que no reflejen algo de verdad auténtico, más significativo y real, en ocasiones, que el realismo más crudo, en el que no nos atrevemos a reflexionar sobre cuestiones demasiado cercanas, o demasiado aterradoras, porque resultan completamente posibles. Y, desde luego, más auténtico que la mera sucesión de efectos calculados en que consisten buena parte de las obras de género, actuales pero también pasadas; que se quedan en el objetivo de despertar el susto o la intranquilidad sin ningún contenido que perdure en la mente una vez finalizado el visionado o la lectura.

En cualquier caso todo es cuestión de gustos. De lo que uno busca en la lectura, se encuadre esta en el género que sea. De lo que conecta con uno y lo que no. Porque hay caminos que llegan a la propia imaginación y otros que no nos afectan, por muy cerca que pasen de nosotros.

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